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El menos común de los sentidos

«El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo; pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos en todo lo demás no suelen desear más del que ya tienen.» René Descartes, Discurso del Método.[1]

 

Así es, todos creemos tener todo el sentido común del mundo y no necesitar más.

El cuchillo

Me encontraba almorzando en un restaurante cuando a la señorita de la mesa contigua, que estaba acometiendo un trozo de carne, se le cayó su cuchillo al suelo. Impávida, como si nada hubiese pasado, tomó una cuchara y comenzó a cortar su bistec con ella. No hizo ningún ademán de recoger el utensilio del suelo. Ni siquiera movió los ojos hacia abajo para mirar donde este había caído. Tampoco esbozó la intención de solicitar otro. Continuó con su cometido hasta que se percató, luego de un minuto, que no podía cortar la carne con la cuchara.

Mientras todo esto ocurría yo la miraba de reojo, estupefacto. La ocupada mesera asumió la recogida del cuchillo, que estaba en el pasillo a un costado de los pies de la niña, y procedió a ofrecerle otro limpio. La señorita, que rondaba los 25 años, se veía normal y vestía un traje clínico que revelaba un nivel educacional por sobre la media. Mientras continuaba con mi almuerzo especulaba si lo ocurrido habría sido producto de la vergüenza, de neurodivergencia, oligofrenia, desidia, apatía, mala crianza o simplemente tontera.

Claramente, aquella señorita no respondió a mi manera de pensar ni de actuar ante esa situación. Y creo que tampoco lo hizo según la manera en la que mucha gente lo haría. Entonces lo que atestigüé fue el comportamiento particular de una persona que, según mi estándar, estaba fuera de un patrón compartido de convivencia o que se encontraba en un “nuevo patrón de convivencia”. Que sin duda apeló a su “sentido individual”, y no a un “sentido común”, de hacer las cosas.

Eso gatilló mi juicio examinador hacia ella y esta reflexión. Me extrañó su falta de respuesta automática ante la caída del cuchillo, que no le importara que el cuchillo pudiera causar un accidente y por sobretodo su convicción de que podría cortar la carne con la cuchara pues pudo haber resuelto la situación de una manera más rápida y sencilla. Su colega, sentada frente a ella, no acusó recibo e hizo caso omiso a lo ocurrido. Y aunque alguien pudiera argumentar que cual es el asunto pues no le hizo mal a nadie ni afectó a terceros con su comportamiento, si yo hubiese sido su jefe habría quedado consternado y me cuidaría de asignarle responsabilidades. Si hubiese sido su paciente me inquietaría enormemente y si hubiese sido su padre estaría muy crispado.

Es cosa de sentido común

Sin duda usted también ha observado sucesos similares, es decir, cosas que escapan a un patrón “normal” de comportamiento o de pensar, situaciones que no ocurren como “todo el mundo supone”.

Usted habrá visto y escuchado, en su trabajo, empresa, repartición pública, que la gente se queja de los procesos, de las gestiones, de las políticas o de las relaciones que no funcionan como es sensato esperar. Personas que se frustran porque sus vecinos, los funcionarios, empleados, pares, jefes o subalternos no hacen lo que evidentemente, lógicamente, obviamente, supuestamente y teóricamente debieran hacer. “¡Si es cosa de sentido común!” exclaman enojados, con ojos abiertos y entornados hacia el cielo. Invocan a una entidad universal bufando porque los acuerdos no se cumplen y porque el asunto es tan simple de entender y resolver. “Si está a la vista, es cosa de pensar un poquito”. “Si yo estuviera a cargo, las cosas serían diferentes”. “Hay que aplicar la lógica y un poquito de cordura, de sentido común”.

Y no es extraño que ante tanto plañido encontremos a ese iluminado de Reader´s Digest que remata con la frasecita atribuida a Voltaire y escuchada hasta el empacho: “El sentido común es el menos común de los sentidos”[2]. Y aunque haya dicho la verdad más verdadera, la concurrencia solo agacha la cabeza para revisar sus mensajes de WhatsApp.

Pero, ¿qué es eso que llamamos sentido común?

El sentido común se entiende como el conjunto de creencias, percepciones y juicios compartidos socialmente que parecen obvios o naturales.

Es como una especie de manual de prudencia popular sobre como hacer las cosas de forma segura, lógica, sensata, juiciosa o inteligente. Un código social, heredado y aprendido basado en la convivencia y en la tradición que suele operar sin reflexión y de manera automática a partir de lo que “todo el mundo conoce”. Porque, lo que la sociedad en un principio entendió como un sentido común de lo justo, a través de usos y costumbres, se transformó en conductas, normas y, eventualmente, en leyes. Como dice mi querido compadre, el sentido común es “eso que hasta una vinchuca sabe”.

Entonces, el sentido común es una aptitud compartida, consensuada, acordada entre grupos, comunidades, sociedades o países. Lo que en un sitio es sentido común en otro puede ser delito. Lo que es sentido común en Chile es diferente de lo que se entiende por eso en Kuwait; y no es el mismo hoy que hace 100 años. De hecho, hoy no es el mismo de hace 7 años.

La carencia

Todos tenemos a algún familiar o amigo, o uno mismo, que tomamos malas decisiones fuera del sentido común. Que hacemos las cosas de manera que es factible anticipar consecuencias no muy favorables. Que nos pisamos la cola, nos disparamos en los pies, que atornillamos al revés, nos autosaboteamos. Siempre vemos la falta de sentido común en el otro y difícilmente en nosotros. Tenemos un escotoma, un punto ciego que nos impide ver que somos incompetentes.

Luego, interpretamos como una falta de sentido común cuando alguien no ve lo obvio y no actúa como supuestamente sería evidente para la mayoría hacerlo. Como ciertos automovilistas que señalizan a la derecha y finalmente doblan a la izquierda. O ¿cómo es entendible que luego de votar a los mismos políticos muchas veces, las cosas sigan sin ocurrir y sabiendo que mienten, no cumplen y solo trabajan a favor suyo, los seguimos votando? Ese es el sentido común que no desea cambios y le teme a la incertidumbre.

Está demostrado que cuando la masa se reúne a tomar decisiones, por ejemplo, en una elección presidencial, su capacidad de razonamiento cae bajo del nivel del promedio. Cuando un grupo grande busca consenso, las opiniones críticas se reprimen y se adoptan decisiones menos racionales, más conservadoras, por miedo a “salirse de lo común”. En eso se apoya la democracia. Triste ¿no? Así es porque día a día vemos carencia de sentido común, o el que existe es torpe y revela que la masa es peligrosa. Esto tiene su máxima expresión al verificar que quienes dictan las conductas del planeta son una minoría, el 0,25% , es decir, 15 millones de los ocho mil millones de personas, y que en su mayoría no han sido elegidos por nadie. Y el 99,75% restante asumimos su gobernanza obedientemente. No hay sentido común.

Esto ocurre porque el “sensus communis” es funcional a un orden y sirve a unos pocos que trabajan por mantenerlo, a ese 0,25%.

La confianza

Antiguamente, los monarcas y lideres justos y sabios encarnaban el sentido común, simbolizaban la sabiduría colectiva. El sentido común era delegado en aquel que ostentaba un juicio compartido, creíble y sin cuestionamiento. Salomón, Confucio, Sócrates, Cicerón, Marco Aurelio, Tomás de Aquino, Carlos III, Gandhi, Alfonso X. En parte por confianza y en parte porque si no lo hacías te iba muy mal. Pero con frecuencia, el pueblo confiaba y el sentido común era bueno. Hoy seguimos confiando, pero con la diferencia que lo hacemos en gobernantes y políticos idiotas, por lo que, al menos para mi, el sentido común se transformó en una idiotez compartida y corrupta.

Si bien es cierto que el sentido común no tiene mucho que ver con la verdad, si pertenece a esa esfera y tiene pretensiones de alcanzarla. Pero no es infrecuente que a veces se confunda con ilusiones compartidas desde las cuales de abren debates, se pierde el tiempo, se defienden posturas ideológicas e incluso se llega a batallas campales. Por ejemplo, es de sentido común que los políticos trabajen para proteger a sus votantes, es de sentido común que las farmacéuticas elaboren fármacos para sanar enfermedades, es de sentido común que el banco cuida tu dinero y te ayuda a progresar en tu vida, es de sentido común que la democracia sea democrática, es de sentido común que la prevención en salud es fundamental, es de sentido común que si la ciencia lo avala es confiable, es de sentido común que la industria colabore con el cuidado del planeta, es de sentido común que el trabajo duro traiga prosperidad. Pero, ninguna de esas cosas es verdad ni ocurre, y seguimos confiando, comprando, votando, consumiendo y creyendo sin cuestionar, porque cuestionar está fuera del sentido común. El sentido común se encuentra hechizado.

Y aunque lo que menciono pudiera parecer radical y pesimista, es cosa de ver y confirmar que la gente sigue confiando. Es entendible pues el Estado, la ciencia y los medios de comunicación son los poderes que controlan el sentido común. Son los comités de expertos y los dueños de los medios quienes entregan la narrativa de los que “es correcto hacer”, de lo que “es razonable creer”, de cual es el sentido común a seguir. Es ese 0,25% que son dueños de los medios, de la banca, de los suministros y de los gobernantes idiotas.

Todo esto no es trivial pues el sentido común fue parte importante del debate entre racionalismo y empirismo durante la ilustración. El problema de apelar al sentido común como autoridad, sin pasarlo por la razón o el juicio crítico, fue lo que motivó el cambio más profundo en el pensamiento occidental en los últimos siglos.

La Historia

¿Existió preocupación por el sentido común en la historia? Efectivamente. Desde siempre, filósofos y pensadores han establecido la necesidad de poner límites o expandir al sentido común. Aristóteles, Descartes, Voltaire, Locke, Kant, Gramci son algunos de los que buscaron alguna contraparte al sentido vulgar elaborando fórmulas de un sentido mejorado, una razón compartida, un sentido crítico, visionario o un juicio universal que purificara la propuesta de lo que se entiende por sentido común.

Fue difícil pues el sentido común no es algo que se tienda a cuestionar pues ofrece estabilidad, seguridad, es un espacio conocido y diluye la responsabilidad gracias a que es compartido. Además, pocos desean examinar el sentido común pues el sentido crítico o inusual genera confrontación e innovación y se requiere un cambio cultural, generacional, de largo aliento.

Con ocasión me asombro por como ha cambiado el mundo y me pregunto sobre que ha ocurrido con el sentido común. Y me he enterado que este siempre ha ido en continuo cambio natural, pero también ha sido diseñado y reformado de manera expresa.

En el siglo XVII y XVIII, durante el iluminismo, se puso en tela de juicio el sentido común, pero el primero en reformar la manera de pensar, que marcó la pauta del pensamiento que prevalece hasta hoy, fue Renato Descartes, quien declaraba que los sentidos engañan, la tradición engaña, la mayoría engaña.

Así también, desde inicios del siglo XX, particularmente en occidente, hemos sido participes de una silenciosa reforma de sentido común, que comenzó con la Escuela de Frankfurt, pasando por toda la cultura sociológica del postmodernismo, el feminismo de la segunda ola, la revolución de las flores, mayo de 1968, el LSD, la caída del muro, crisis económicas, mundo digital, new age, primavera árabe, BLM, #MeToo hasta la revolución de 2019 en Chile y de Irán en 2023.

Resulta sorprendente percatarse que nada de eso ha sido ni tan espontáneo ni tan social. Se sabe que lo que parece espontáneo casi nunca suele serlo, y menos en política. La demoncracia es un buen ejemplo del cambio de sentido común que nos ha conducido adonde nos encontramos.

Y para entender mejor esto necesitamos conocer al ideólogo de las nuevas fuerzas políticas progresistas mundiales, en particular en el Chile de Boric. Me refiero al señor Antonio Francesco Gramsci. Es relevante hacerlo pues parte del sentido común de nuestra juventud es de su autoría. Si, ese mismo de la señorita de la cuchara.

Para Gramsci, el gran inspirador de nuestro presidente de la República y de su caterva, el sentido común es un saco lleno de supersticiones, de tradiciones, costumbres y prejuicios que debía ser reformado. Es un sedimento cultural, un pantano, en el cual la gente circula sin hacer mucho por mejorar. El sentido común es un campo de batalla ideológico en el cual propuso instalar otro tipo de sentido que fuera la expresión de una buena conciencia. Buenas intenciones, si, pero con letra chica. Y ese cambio de sentido es el que estamos viviendo.

Lo hemos visto con la propuesta cultural progresista, marxista en su esencia, basada en desmontar el sentido común tradicional e instalar un nuevo horizonte cultural con lenguaje inclusivo, con educación sexual integral, animalismo, feminismo, ecologismo, pedofilia, hipertrofia de los derechos humanos y sociales, la no alternativa al mercado, el habitar los cargos públicos eliminando la autoridad implícita en ellos, con que no tendrás nada y serás feliz, etc.

Lo paradójico de todo eso es que, si bien la propuesta es un sentido común basado en valores nobles como la igualdad, la solidaridad, la justicia social y la dignidad, en su ejecución conduce a la esclavitud moral. Otro hechizo.

Y no es extraño ni reprochable que hombres inteligentes deseen cambiar los paradigmas o el pensamiento de su época. Sócrates, Giordano Bruno, Galileo, Descartes, Karl Marx, Nikola Tesla o el mismo Gramsci. Lo relevante es si ese cambio de paradigma mejora o empeora a las sociedades y a las civilizaciones. Y según lo que podemos apreciar no parece que estemos dirigiéndonos a mejor puerto.

El antisentido común

Este diseño ideológico progresista que hoy es objeto de leyes y que comanda nuestra vida y economía, propuso una especie de antisentido común que ha penetrado, bajo la máscara del entretenimiento, en la cultura occidental. Otros le llaman desmoralización social o crisis moral. Estados Unidos fue la fábrica que, con una tremenda influencia cultural, al menos en Chile, exportó modelos de antisentido común. MTV en los ochenta, como un laboratorio de contracultura, es un ejemplo de como se promovió esta tendencia con programas como Beavis and Butt – Head, Jackass y una seguidilla de realities mainstream que exaltaban lo vulgar, lo absurdo y lo violento. Otros ejemplos fueron Los Simpson, South Park, Family Guy, Friday Nigth Live, The Daily Show. En música surgió el Punk, el Hip – Hop, el Regetón, el Trap y el pop explícito. En Chile tuvimos experiencias con algunos realitys, Plan Z, CQC, la Tv de farándula, el Club de la Comedia, The Clinic e incluso 31 minutos. Bajo el pretexto de una apertura de mente se normalizó el garabato, las groserías y el consumo de drogas en la vida cotidiana, en la Tv y en el mundo del trabajo.

Todo esto derivó a lo que actualmente son youtubers y tictokers con retos virales peligrosos que ganan mucho dinero con ello. Hoy son los algoritmos de las redes sociales los que fabrican el antisentido.

Puro estoicismo

Y luego nos preguntamos : ¿qué le pasó a nuestra juventud? ¿qué le pasó a nuestra sociedad?  Así también nos autoflagelamos como padres creyendo que lo hicimos mal cuando también fuimos arrollados por la misma locomotora y nos dimos cuenta mucho después, tarde pero afortunadamente no tanto.

Bajo este prisma, no es novedad que las cosas no operen como se supone. Aún más, en este tiempo del Kali-Yuga en el que las cosas están patas arriba, donde el bueno es malo, el que cuida roba y corrompe, el tonto es alabado por sabio y el sensato es considerado necio y mentiroso, el mejor sentido común es no esperar sentido común alguno.

La falta de sentido común o la percepción de falta de sentido común determina que vivamos en un mundo de expectativas no cumplidas sin entender que no podemos controlar aquello que no depende de nosotros. Según el pensamiento estoico solo podemos hacer lo que depende de cada uno y aceptar de la mejor manera lo que no podemos controlar.

Al menos para las generaciones anteriores a la llegada de la internet mi mensaje es que ya no debemos gastarnos ni seguir llorando, sorprendiéndonos y ahogándonos en un mar de reclamos y quejas porque las cosas no pasan como solían o como es lógico hacerlo. Los dados están rodando y solo queda ser impecables.

Ello no quita que siempre sea insoportable tener que convivir con gentes que tienen otro estándar de entender y hacer las cosas. Si mi vecino es estúpido o no tiene sentido común tendré que tolerar que el piense lo mismo sobre mi, lo que nos lleva a vivir en Sodoma y Gomorra, donde no conversamos ni nos entendemos. Hay una línea muy delgada entre la falta de sentido común, el descriterio y la estupidez. Es fácil interpretar una cosa por la otra y, como sea, sus efectos son similares.

Aunque mi juicio sobre la sociedad actual sea que hoy se revela una falta de respeto generalizado, una falta de sentido de convivencia en sociedad, una carencia de entendimiento sobre normas mínimas de urbanidad y buenas costumbres, creo que es sensato una actitud de indiferencia activa, presente y colaboradora.  Con uno que sea sensato y lo trapase a sus generaciones, se está haciendo mucho. Es decir, que no tiene sentido anticipar el futuro y llorar antes de tiempo. Lo que ocurrirá va a ocurrir y hay que actuar en consecuencia. Y la indiferencia ayuda a sufrir menos.

Ante tanta falta de sentido crítico habrá que practicar lo que decía mi abuela: “no mirar la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio”, hacer lo correcto y suspirar esperando lo mejor, sobretodo para nuestros hijos y nietos.

Como decía Descartes, todos tenemos “Bon Sens”, el buen sentido. Todos tenemos la capacidad natural de juzgar, entendiendo por ello un criterio natural para apreciar lo evidente y, sea cual sea, una razón que es compartida por la mayoría. Sea lo que sea lo que cada uno entienda por eso.

Finalmente,  quiero hacer la distinción entre sentido común y criterio, donde el primero puede ser considerado como el manual básico de respuesta ante la vida y el segundo como el discernimiento o la capacidad de usar la información de ese manual. 

Mire usted lo que puede ocasionar la caída de un cuchillo.


(1)«Le bon sens est la chose du monde la mieux partagée : car chacun pense en être si bien pourvu, que ceux même qui sont les plus difficiles à contenter en toute autre chose n’ont point coutume d’en désirer plus qu’ils n’en ont.»

(2) De hecho Voltaire no escribió exactamente eso sino más bien: «Le sens commun n’est pas si commun.», es decir, “El sentido común no es tan común”. Diccionario filosófico, 1764.

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