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Ser bueno, líquidamente bueno o parecer bueno

“Una persona buena es aquella que habitualmente actúa con empatía, justicia y responsabilidad, procurando el bienestar de otros sin esperar recompensa”.

 
 

Una persona buena es alguien virtuoso y ecuánime, que transita por el camino del medio. Que actúa por deber moral sin importar las consecuencias. Que entiende y respeta los sentimientos ajenos. Puede ser una persona religiosa que ama al prójimo, que es compasiva y se esfuerza en hacer el bien cultivando la sabiduría y la compasión. Es humilde, misericordiosa y perdonadora. No miente, no difama ni habla mal de sus semejantes. No roba, no engaña ni estafa. La persona buena no hace el bien para obtener beneficios y sabe que la bondad sólida tiene riesgos, costo, impopularidad y dolor.

Según esto no hay político bueno.

Cuando lleguen los extraterrestres a llevarse a las personas buenas del planeta ¿estará usted en la lista de los elegidos? ¡Por supuesto que si!

Sin embargo, hay otros que no lo estarán, y se mostrarán molestos y en desacuerdo pues obviamente se consideran a si mismos como buenas personas. Porque uno tiene que ser muy infame para reconocer que no es una buena persona. Tal vez pueda se admitir ser no tan bueno, o un poquito malo o selectivamente malo, pero, en el fondo, siempre se tiene la percepción de que se es bueno. Sobretodo en algunos contextos, con los hijos y los nietos, con la gente pobre. Es posible que se muestre una cara pública de buena persona cuando en lo privado no se es, o al revés. Aún así, la conclusión es que casi siempre la auto percepción nos lleva a creer que somos una buena persona.

 

Maldad Líquida

El sociólogo polaco, Zigmunt Bauman, conocido como el sociólogo líquido, acuño el concepto de amor líquido, de moral líquida, de sociedad líquida y de maldad líquida. Esta última refiriéndose a las formas contemporáneas que ha adoptado el mal, que ya no se presenta bajo figuras obvias, estructuradas o identificables.

El siglo XXI es un tiempo sin aquellos monstruos representativos de los males sólidos del siglo XX como lo fueron el diablo, el viejo del saco, el eje del mal, el nazismo, el estalinismo u otros similares. La maldad actual es líquida porque se disfraza, se escurre, es cambiante y no se ve. El mal no es tan malo como lo pintan y por ello es atractivo. Se cuela, se diluye con tintes de bondad o de justicia. La explotación, la exclusión, la perdida de la privacidad se ocultan bajo discursos de seguridad, progreso y desarrollo.

El mal líquido es ese conocido como el “mal necesario” o “mal menor”. Son las 38.615 muertes relacionadas con las inoculaciones contra el COVID que habrían escandalizado a los científicos de los años setenta que, con tan solo dos fallecidos en el grupo estudio, suspendieron el ensayo para el Virus Sincicial Respiratorio. Hoy los actos dañinos son impersonales, racionales e invisibles. Son corporativos. Las personas no se sienten responsables de las consecuencias de sus actos y nadie responde por los daños causados. Las cabezas visibles se diluyen en la virtualidad. Las decisiones son producto de la burocracia.

El refrán del mal líquido es: “para hacer tortillas, hay que romper huevos”. Para alcanzar un bien se deben asumir los costos de algún mal. Esos huevos que son el 20% de las muertes por fuego amigo en la guerra; son las bajas civiles inocentes. Son las zonas geográficas y comunidades de sacrificio, son los grupos étnicos y religiosos justificadamente eliminados por aquella supremacía políticamente más poderosa. Son las ciudades de 15 minutos, los confinamientos pandémicos, es la vigilancia de las redes sociales, el reconocimiento facial, es el eufemismo de la corrupción institucionalizada en las boletas ideológicamente falsas.

En esta liquidez para combatir al mal el bueno tiene que ser un poquitín malo. Figuras icónicas de la maldad líquida del tipo John Wick o Jack Reacher, considerados “los chicos buenos” porque matan a los malos, a muchos malos, y de maneras horribles. Se genera una esquizofrenia moral. Un doble vínculo que no permite entender el limite entre bondad y maldad. Y es que la maldad líquida se ha instalado porque es admirada.

Las personas malas están moralmente desconectadas y no tienen responsabilidad ética, o tienen la suya particular a sus propios intereses. Algo así como Don Corleone, Bill Gates, M. Zuckerberg, J. Bezos, Joseph Menguele, Marina Abrahamovic, Hannah Arendt, el banco del Vaticano y todos los agentes corporativos y consultores de marketing político, o cualquiera de esos filántropos que ayudan a salvar el mundo de ellos mismos. Los malos líquidos son malos, pero parecen buenos. A diferencia de los malos sólidos que son malos – malos.

Pero, ¿por qué es relevante reflexionar sobre esto? Pues, porque existe un trasfondo de obviedad mentiroso respecto de lo que actualmente entendemos por bondad y por maldad, por mentira y por verdad, por moral y por ética. Entre el “ser bueno” , “ser líquidamente bueno” o “ parecer bueno” hay una diferencia contextual, generacional e ideológica que pretendo desentrañar acá para así saber si podré obtener un espacio en el jardín del Edén.

 

Bondad Líquida

Aunque Bauman no desarrolló el concepto de “Bondad Líquida” como contraparte de su maldad líquida, aquí me daré al trabajo de explorar este concepto a partir de su contexto de liquidez.

Un primer acercamiento a la bondad líquida podría ser entenderla como una forma de hacer el bien en una sociedad deteriorada o corrupta, tipo Sin City o Santiago de Chile, adaptada a una moral desencajada, cuyas instituciones alguna vez sólidas ( la escuela, la iglesia y el Estado), desde las cuales tradicionalmente surgía la bondad, ya no se encuentran disponibles pues ahora son estructuras licuadas, desconectadas moralmente y referentes de la corrupción.

Entonces, la bondad nace como un esfuerzo individual producto de la conciencia moral personal. Aquí encontramos los actos de bondad anónimos ante un medio indiferente, un operador telefónico en una línea de suicidios o de emergencias, el tipo que se rehúsa a explotar a otro, aunque pueda hacerlo, o aquel que emprende una cruzada personal para salvar a las ballenas. Pero, no, esta es una descripción que sigue estando más cercana a la bondad sólida que a una bondad líquida.

Entonces, la bondad líquida no es simplemente ser bueno en un mundo adverso. Si la maldad líquida es el mal disfrazado de bien, entonces, la bondad líquida es el bien teñido de mal. Si en la maldad líquida el argumento es el mal menor, en la bondad líquida es el bien mayor. La bondad liquida es el bien extraviado y contaminado con la liquidez de la maldad.

La bondad líquida es el bien que pierde espesor moral, se vuelve apariencia, y a veces camufla formas de desprecio o de violencia. En este tipo de bondad hay una buena intención, pero es ambigua y se encuentra viciada pues es un ser bueno o hacer el bien con gananciales y/o con consecuencias nefastas.

La bondad líquida es el deber social sin ética, encarnada en ese conductor de automóvil que es elogiado porque gentilmente cede el paso al peatón mientras, enrabiado, le maldice por demorarse en cruzar. Es la donación contaminada con la promoción personal subiendo la selfie a las redes al momento de entregar el cheque. Es la performance de la compasión, pero sin acción, es indignarse en las redes sociales sin hacer nada más que indignarse. Es la defensa de alguna causa social mientras se odia al adversario político, es la bondad sesgada. Es la multinacional que dona alimentos a una comunidad afectada por hambruna, mientras paralelamente acapara recursos hídricos en otra región. Es el político doble estándar que se presenta como defensor de los derechos sociales que en privado insulta a los votantes humildes y trata con desprecio a su personal doméstico. Es la élite del foro económico mundial imponiendo sanciones verdes con cargo al calentamiento global mientras su estilo de vida incluye viajes constantes en avión y consumismo de alto impacto ecológico. Algunos exponentes políticos de la bondad líquida son Barack Obama, Joe Biden, Michelle Bachelet, Pepe Mujica, Gabriel Boric, S Piñera, Bill Gates.

La bondad líquida es ayudar mientras se desprecia, mientras se maldice, es proteger mientras se humilla, sanar mientras se daña, es hacer el bien con letra chica. Son gestos morales sin profundidad. Es dar hasta que duela poquito.

Así, la bondad se banaliza pues es más apariencia, se vuelve descomprometida, no es virtuosa, pierde su esencia y se vuelve aceptable.

Pero aún así no pierde su valor porque sigue siendo bondad. Aún así tiene moral, desconectada pero moral al fin. Quizás esto sea contradictorio pero siempre es mejor una bondad superficial que la maldad disfrazada de bondad.

¿Un acto correcto realizado con mala intención o con resentimiento puede ser considerado un acto bueno?

Bondad Gaseosa

Siguiendo la metáfora baumaniana de la modernidad líquida, el buenismo es una derivación del ser bueno pero en su forma más evasiva y etérea. La bondad ya no es líquida, sino que se evapora. Es una bondad gaseosa.

El buenismo pretende hacer el bien a toda costa, evitando el conflicto, suavizando el juicio moral y priorizando la corrección política o la compasión superficial sobre la realidad concreta.

El buenismo ya no es bondad, ni sólida ni líquida, porque ha perdido su valor.

A diferencia de la bondad liquida, que aunque se contradiga y sea superficial, sigue siendo bondad, la bondad gaseosa deja de serlo y solo le queda una atmósfera de ética y un aroma a compasión. Es la evaporación del bien.

Como es gaseoso, el buenismo no se aprecia fácilmente. Es etéreo, se disfraza de buena onda, de “openmind”, de vanguardia y emprendimiento, de solidaridad, de mejor calidad de vida, de derechos humanos. Algunos exponentes de esta bondad gaseosa son los Ned Flanders del mundo, son Justin Traudeau, Joe Biden, Bono, Ophra, Leonardo Di Caprio, Shakira, Paulo Coelho, Gabriel Boric (gaseoso en promesas y líquido en ejecución), las Miss Universo, Deepack Chopra y gran parte del mundo New Age. Expresiones del buenismo son las películas “feel good” como Comer,Rezar, Amar, Pequeña Miss Sunshine, el Día de la Marmota, Forest Gump, Cadena de Favores, El Secreto, Un Sueño Imposible, Bajo el Sol de la Toscana, Coco y las Tesis con su “el violador eres tu”. Es Bad Bunny y sus similares. Son las campañas corporativas tipo “greenwashing” (lavado verde) como IKEA, H&M, Coca Cola, Nestlé y sus cápsulas de café, Apple y las grandes mineras. Se evidencia en ciertos sacerdotes y pastores y en algunos consultores de coaching.

El tono moral del buenista es ingenuamente positivo y comprensivo, evita el conflicto y el juicio moral. Más que un “ser bueno” es un “parecer bueno”, tiende a ser sincero y transparente, pero de manera cándida y a la vez violenta, pues el buenista defiende con pasión causas de justicia social, pero al menor desacuerdo no trepida en linchar virtualmente con odio y sarcasmo. El buenismo defiende el bien con tácticas de guerra. Es la pantomima del dar hasta que duela, que parezca que se da, sin que duela, pero poniendo cara de mucho dolor.

La religión de buenismo es el Progresismo. El político buenista es moralmente superior pero vacío. Es aquel chico del partido demócrata norteamericano, del Frente Amplio, de los verdes ligth o del PSOE, que opera desde el pedestal moral como la voz del bien absoluto pero que a la vuela de la esquina lo encontramos ebrio y bailando con prostitutas luego de desfalcar al Estado. Es aquel de lo moralmente indiscutible pues su bondad no acepta debates. Por ello la bondad gaseosa se representa con un arco iris de muchos colores blanco y negro. Si la bondad líquida era la de la performance de la moral, la bondad gaseosa es una bondad espectáculo, la del show del caño. Unicamente simbólica y se torna contradictoria por el comportamiento destemplado de sus representantes.

Los exponentes políticos de la bondad gaseosa no quieren cambiar el mundo, quieren hacer que parezca un poco más amable mientras todo sigue igual. Los ejemplos políticos son los más elocuentes.

Dos presidentes buenistas gaseosos son Barack Obama y nuestro actual presidente Gabriel Boric Font. Sus discursos han sido de bondad gaseosa y sus ejecuciones fueron de maldad y/o bondad líquida. Obama encarnó la promesa de reformas profundas pero no cerró Guantánamo, no sacó las tropas de territorios ocupados y utilizó drones en misiones cuestionables. Gabriel Boric prometió que habría cambios radicales sin desorden institucional ni nepotismo. En cambio no logró eliminar el CAE, la Ley de Isapres se tramitó con maquillaje y no alcanzó las reformas constitucionales por la vía esperada. Sus promesas fueron gaseosas pero sus actos fueron líquidos. En tres años, al 2024, ha logrado cumplir un 38% de sus 216 promesas.

El buenista de a pie idealiza al otro y a su problemática. Evita juzgar e incomodar, incluso si se está omitiendo la verdad. Justifica o minimiza actos reprobables basado en la empatía y en la tolerancia. Así,  hay que comprender que el ladrón tiene derecho a mantener a su familia, que el agresor sexual tuvo una vida difícil, asumir las minorías son todas abusadas, por lo que seamos todos amigos y tengamos paz a todo evento; aunque los delincuentes queden impunes. Chiques, no peleen.

En esencia los buenistas son malos líquidos confitados o buenos gaseosos edulcorados.

Los planteamientos de una IA tipo Hal 9000 ( de 2001 Odisea del Espacio) sobre eliminar a la raza humana por considerarla una plaga para el planeta y de la adopción de medidas verdes para proteger el medio ambiente que generan muertes, hambruna y miseria, ¿serían considerados maldades líquidas o bondades gaseosas?

A la luz de las elecciones que enfrentamos es interesante hacer el ejercicio de identificar que candidatos son sólidos, líquidos o gaseosos. Habría que ver quienes encarnan una bondad sólida, normativa, con compromiso moral, con credibilidad, basada en la legalidad y quienes podrían ser representantes de una bondad pragmática líquida y utilitaria, pero finalmente líquida. Otros serán definitivamente buenistas gaseosos con un discurso exclusivamente simbólico, solo performace, llenos de moral, pero sin impacto efectivo.

¿Como categorizaría usted a Bukele, Trump, Putin, Sanchez, Netanyahu, Maduro, a Xi Jingpin?

Aquí también habría que ir a mirar el tipo de moral que predomina en cada uno de ellos. Si es autoritaria, nacionalista, tradicional, imperialista o identitaria – religiosa. Algunos de ellos se comportan buscando el mal menor y otros el bien mayor. Uno desea ser el padre moral que castiga por amor, que suspende los derechos fundamentales por el bien común, que justifica el mal como un bien necesario. Todo por la seguridad. Bondades paradójicas difíciles de categorizar pero indudablemente carentes de solidez. Sin duda, con muchos de estos ejemplares nos enfrentamos directamente a la maldad líquida o  directamente sólida más que con algún tipo de bondad. Juegue usted.

La discusión sobre si la bondad es natural o es una construcción cultural, o si es producto de un proceso de expansión de conciencia, o todas las anteriores es eterna e interminable. Como sea, la bondad requiere un entorno favorable para que se propicie y fortalezca. Y eso ocurre en la casa.

Si tenemos suerte, la sabiduría nos irá envolviendo a medida que envejecemos, y a lo mejor podremos ir entendiendo que la interdependencia es una ley que determina que nuestros actos repercuten directamente en los otros.  A esto le llaman Ubuntu en África y significa “yo soy porque tu eres”. En Australia los aborígenes enseñan que cada uno de nuestros actos tiene consecuencias cósmicas.

Mi sabia abuela decía: “Haz el bien y no mires a quien.” Tal vez para comenzar bastará con quererse a uno mismo y no odiar. Ojalá eso sea suficiente para que se abra el portal en el patio de mi casa y pueda pasar a través de el cuando todo se vaya al carajo.

 

Finalmente, nunca estará de más recordar a Pitágoras

” De los sufrimientos que caben a los mortales por divino designio,

la parte que a ti te corresponde,

sopórtala sin indignación;

pero es legítimo que le busques remedio

en la medida de tus fuerzas;

porque no son tantas las desgracias

que caen sobre los hombres buenos”

 

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